Ante la muralla invisible del racismo
Por David Torres
Para todo el mundo ha quedado muy claro que aquella imagen que Estados Unidos tenía como país idílico al que aspiraban los migrantes de cualquier parte del mundo está desdibujada, maltrecha. En casi tres años, el surgimiento de una nueva forma de tratar al “otro” ha modificado, quizá para siempre, su posibilidad de convertirse en una verdadera nación de bienvenida.
Lo que es ya más que evidente es que en una buena parte de la sociedad estadounidense ha germinado un profundo sentido de exclusión. Tan es así, que sus integrantes han logrado erigir como líder de este nuevo “movimiento” a un presidente que, a imagen y semejanza, los pinta de cabo a rabo. Y tienen la intención de mantenerlo otros cuatro años en la Casa Blanca.
Desde la amenaza de construir un muro para evitar el paso de indocumentados, hasta la tipificación malintencionada de los hispanos como delincuentes, o la intimidación al separar menores migrantes de sus familias, además de poner obstáculo tras obstáculo a los solicitantes de asilo, esa nueva corriente de pensamiento ha seguido avanzando, tanto en la sociedad como en la administración.
Es esta una ecuación peligrosa que ha profundizado aún más la división de un país que se suponía había llegado a la madurez histórico-social donde no cabían ya esos fantasmas del pasado que tanto daño le habían hecho a la humanidad: racismo, xenofobia, indicios de fascismo, prejuicio social, entre tantos otros.
Pero estos han revivido de tal manera, que han desfigurado por completo el rostro del multiculturalismo que se había estado esculpiendo ante el resto del mundo desde la lucha por los derechos civiles. Ahora se nota que no a todos agradó esa etapa histórica y que, por el contrario, fue gestando una animadversión definitiva que logró salida con la aparición del actual ocupante de la Casa Blanca en la arena política.
Y a partir de ahí se estableció un nuevo parteaguas histórico que será de fácil análisis para generaciones posteriores, pero que ahora mismo hace ver como sociedad iniciática, inmadura, a una joven nación que lo tenía todo, incluso la posibilidad de ser el modelo de desarrollo mundial único, a pesar de su arrogancia como “lo mejor” que le haya ocurrido a la historia humana.
Esa es, por supuesto, parte de su propia mitología, y es por ello que aún representa ese ‘faro de esperanza” para muchos que literalmente nada tienen y que superando el orgullo por la tierra que los vio nacer, tienen que romper con esa necesidad de pertenencia a un origen y reinventarse en otras latitudes. Pero han encontrado un muralla invisible que ahora mismo les frustra ese objetivo en Estados Unidos.
En ese sentido, está siendo complicado para este país retomar nuevamente su esencia inmigrante, pues ha perdido la hegemonía y la reputación que tenía incluso en ese tema. No será fácil reeducar a las nuevas generaciones para extirpar el racismo, pero no se debe dejar de intentarlo, por el bien de la humanidad, pues como lo apunta la Unesco en su reporte “Migración, desplazamiento y educación: construyendo puentes, no muros”, de su Informe de seguimiento de la educación en el mundo 2019, “la migración y los desplazamientos siguen suscitando reacciones negativas en las sociedades modernas, explotadas a su vez por oportunistas que consideran beneficioso construir muros y no puentes”.
Pero ese será un proceso social a contracorriente que ahora mismo, en el contexto previo a las elecciones presidenciales de 2020, quedará varado ante el reforzamiento enfermizo de la retórica antiinmigrante, ante esa muralla invisible del racismo, que formará parte esencial de la campaña de quien actualmente detenta el poder.